-Pues no toquΘis entonces, que tocando estßn quienes deben, y corro hay aquφ para que bailen todos, si se trata de divertirse en paz.
-íA tocar se va! -dijo en esto un mozo de Rinconeda, mirando airado a las dos mozas increpadas por Pablo.
Las mozas se dispusieron de nuevo a tocar.
-íPues no se toca! -dijo Pablo, blanco de ira.
Y hablando asφ, arranc≤ las dos panderetas de las manos en que estaban y rompi≤ los parches sobre sus rodillas.
íCristo mφo, la que en seguida se arm≤ allφ! Pero Pablo, que ya la esperaba, porque de un modo o de otro tenφa que venir, con las rotas panderetas en las manos, la cabeza erguida, la boca entreabierta, el pecho anhelante y lφvida la tez, examin≤ el campo con una mirada rßpida y la clav≤ firme sobre Chisc≤n, que corrφa hacia Θl apartando la gente como el oso los matorrales. Estremeci≤se el joven un momento, arroj≤ los aros, dio dos pasos hacia el gigante que podφa desbaratarle entre sus brazos de roble y le recibi≤ con una pu±ada en la jeta y tal puntapiΘ en la barriga, que el oso lanz≤ un bramido y necesit≤ todas sus fuerzas bestiales para no desplomarse como torre socavada. Nisco, que no habφa perdido de vista a Pablo, en cuanto le vio enfrente de Chisc≤n salt≤ como un corzo desde la bolera al campo, sin tocar la paredilla, y vol≤ hacia su amigo; pero le sali≤ al encuentro un valent≤n del otro pueblo y fuΘronse a las manos. Creci≤ con esto la bulla; saltaron detrßs de Nisco los jugadores de bolos; salieron los hombres que estaban en la taberna; encontrßronse con otros del bando enemigo, y la lucha se trab≤ en todas partes con la prontitud con que se Inflama un reguero de p≤lvora. Acudieron al vocerφo las mujerucas del portal de la iglesia, y las viejas que jugaban a la brisca, y los muchachos que correteaban por las inmediaciones, y se llen≤ de gente el campo, desde el corro de bolos hasta el extremo opuesto.